José Edi murió en la masacre de Alto Lucero, donde decenas de sicarios llegaron a su trabajo para secuestrar a una mujer. "A mi padre lo están volviendo a matar con los inventos que era un delincuente. Lo mataron ganándose la vida como quesero y por querer defender a una señora contra más de 30 pistoleros. Si el gobierno no aclara las cosas, los hijos tendremos que recuperar la dignidad de nuestros muertos”, dice su hija que esconde su identidad ante el temor de las represalias.
Por Miguel Ángel León Carmona.
El Embarcadero/Ciudad de México, 24 de agosto (SinEmbargo/BlogExpediente).- “Si nos arriesgarnos a hablar, es para que la gente sepa que mi padre no fue ningún delincuente. Lo mataron ganándose la vida como quesero y por querer defender a una señora contra más de 30 pistoleros. Si el gobierno no aclara las cosas, los hijos tendremos que recuperar la dignidad de nuestros muertos”.
Son palabras de los familiares de José Edi, una de las ocho víctimas, quizá el segundo o el tercero, que perdieron la vida en aquella tarde trágica del viernes 19 de agosto, en la comunidad de El Embarcadero, Actopan, Veracruz.
La mujer que acepta dar la entrevista condiciona a que los apellidos de su padre no sean mencionados en el escrito. En una comunidad de 59 viviendas a pie de la montaña, donde presuntamente los asesinos se esconden de las autoridades. Sin un sólo policía que custodie el pueblo, sería arriesgado para la integridad de tres mujeres.
Es así como la charla comienza a registrarse junto a los quejidos de la viuda. En una choza lúgubre, a media luz, allí es donde ahora rezan por el eterno descanso del hombre de 48 años. Casi no hay flores, casi no hay veladoras, menos ánimos en los presentes. La tragedia los tomó por sorpresa, a un día de que el finado recibiera su salario de mil 200 pesos.
No obstante las declaraciones del presidente municipal, Manuel Domínguez Lagunes, asegurando que los gastos funerarios serían cubiertos en su totalidad y la ayuda económica prometida por Flavino Ríos Alvarado, las mujeres aseguran que a cuatro días de la tragedia el gobierno de Veracruz se ha olvidado de ellas.
“Ayer fui por el acta de defunción de mi papá y una de las encargadas en el registro civil me pidió que regresara luego, pues todavía no les aprobaban el pago del dichoso documento: 180 pesos. Si ha habido tamales y café en los rezos es gracias al apoyo de la gente del pueblo; de los pocos que no les da miedo venir a visitarnos”.
La viuda, tras diez minutos de grabación, decide levantarse de su asiento y descolgar la fotografía de su amado; lo mira con zozobra y desprende: “Por qué a ti, Dios mío. Fuiste el pan de esta casa, todo para nosotros. Te vamos a extrañar. No se vale”, mientras otra de las hijas le pide que aminore el llanto, por seguridad.
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“DEBEN DE SER FUERTES, A JOSÉ LO MATARON”
José Edi salió como todos los días en punto de las siete horas. Despidió a su esposa y prometió regresar luego de sus 12 horas de jornada. Allí se registró el adiós, con un último beso en la entrada de la casa, donde ahora cuelga un moño de color negro.
A las 17 horas que comenzaron las llamadas y el ruido de las balas a lo lejos, detrás de los cerros. Una voz conocida avisó primero que a dos trabajadores y a la sobrina del dueño de la quesería Mis Viveros los habían secuestrado. La angustia llegó de inmediato, pues el número de empleados era el mismo número de plagiados; a don José lo habían levantado.
Las llamadas seguirían reportando la tragedia; otras tres personas secuestradas en El Ojital, Actopan, y otras dos en El Anono. Finalmente, al domicilio de la familia acudió un familiar, no dio las buenas tardes, solo pidió a las mujeres que debían ser fuertes.
“Cómo íbamos a ser fuertes, señor, si llegaron a decirnos que a nuestro padre lo habían asesinado. Y más cuando los rumores avisaron que a la mujer la habían desnucado con un marro y a los queseros los habían golpeado y pegado el tiro de gracia” se lamenta la entrevistada.
No obstante que la familia no ha recibido reportes periciales, los dolidos asumen con tristeza los rumores en los pueblos adyacentes. Que el nombre de Claudia Montero Zavaleta iba apuntado en la lista de los plagiarios. Que al pedir que no la secuestraran privaron la vida de los tres.
Es la historia que sembrarán a los nietos, que ya preguntan por don José. “Su abuelo murió como un héroe, como un caballero que no le gustaban injusticias contra las mujeres. Eso también anótelo en la libreta, porque a mi padre lo están volviendo a matar con los inventos que era un delincuente”.
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“MIS NIETOS SIGUEN ESPERANDO QUE REGRESE DEL TRABAJO”
“Mis hijos lo querían como a un papá; no podía llegar sin nada del trabajo para ellos; un pan, un queso, lo que fuera. A mi niño se lo puse en la caja para que lo despidiera, pero me contestó que ese no era, porque no hablaba. Que su papá es el de la foto, donde se le ve sonriente” cuenta la hija de José Edi.
Alguien toca la puerta interrumpiendo la entrevista. Es un campesino que acude al domicilio de carrera, con una cachucha que camufla su identidad. Se persigna frente a la imagen del finado y se excusa finalmente por no haber acompañado a la familia al cementerio.
“Aquí les traigo dos veladoras. El José fue un hombre alegre, muy noble, le veías genio; pero si le pedías un favor él te ayudaba. Dios las cuide y nos cuide a todos” suelta el campesino antes de marcharse a trote lento.
José Edi llevaba un mes de haber perdido trabajo en la quesería Mis Viveros. “A él le entregan la leche, la cuajaba y hacía los quesos más ricos de la región. Trabajaba de domingo a domingo; no había descansos, porque tampoco había dinero. Se lo llevaron sin cobrar los mil 200 pesos que le tocaban por su semana” se lamenta la viuda.
Así se describe a la persona del cuadro de madera, a quien se le aprecia sonriente, con una guayabera blanca, el cabello peinado hacia atrás y el bigote delineado, como acostumbraba. Recuerdos de un festejo familiar, que también deciden guardarlo con privacidad.
Un quesero, que no conforme con su paga de 170 pesos diarios, buscaba trabajo en parcelas vecinas recortando el zacate. Sus escasos pesos de paga jamás los gastó en alcohol ni cigarrillos. “Todo lo daba a la casa, para sus hijas, su nieto y hasta para un hermano que no puede valerse por sí mismo por un retraso mental”, asegura la viuda.
Así la vida, para la familia de uno de las ocho personas asesinadas en la llamada masacre de Alto Lucero. Con pocas esperanzas en las promesas del Secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, sobre brindarles un apoyo económico, pero con menos, aseguran, de que la justicia llegue a sus hogares.
“Sabemos que difícilmente van a dar con los culpables, pero por favor, que manden seguridad. Así como entra el viento por la puerta, pueden llegar esas personas y acabar con todos en el pueblo”, sentencia la viuda, quien no suelta la fotografía de don José.